3 Normas Para Enséñales A Salir Solos A La Calle

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“Este es un período de su desarrollo en el que se dan cita, por una parte, una mayor libertad de movimientos, y por otra, un ansia ilimitada de conocer y experimentar nuevas situaciones”, recuerda el psiquiatra infantil Salvador Idiazábal. “Es ley de vida. Cierto es que entre los siete y los diez años siguen siendo unos niños, pero no hay por qué dar por sentado que son absolutamente irresponsables. Si estamos todo el día agobiándolos con avisos y advertencias, corremos el riesgo de que, cuando de verdad nos interese que atiendan un consejo, hagan oídos sordos y no le den importancia, como en el cuento del lobo”.

Tampoco sirve impedirles moverse de nuestro lado: si los sobreprotegemos únicamente retrasamos el momento de que se enfrenten a la realidad y fomentamos en ellos una dependencia que, a la larga, se volverá contra nosotros. Por mucho que lo deseemos, no podemos estar seguros de que nuestros hijos nunca se van a encontrar con alguien que trate de molestarlos o aprovecharse de ellos. Pero sí que es posible educarles para que sean hábiles fuera de casa, enseñándoles estrategias para manejar situaciones potencialmente peligrosas que pueden surgir al dar sus primeros pasos solos en el mundo exterior. Y, sobre todo, mostrándoles cómo pueden evitar verse envueltos en conflictos indeseados.

Comienzan a exigir cierta libertad

Muchos padres se preguntan exactamente en qué momento puede dar su hijo esos primeros pasos solo y qué grado de libertad le es apropiado a medida que va creciendo. “Y no existe una respuesta estándar, válida para cualquier niño, ni un calendario fijo que marque etapas precisas al respecto”, precisa Salvador Idiazábal. “Todo depende del grado de madurez del crío y, naturalmente, del lugar en el que viva la familia: no tienen nada que ver un barrio periférico de una gran ciudad con una urbanización de tipo residencial o con una capital de provincia”.

Atendiendo a estos criterios, son los padres quienes deben establecer lo que podría llamarse una zona de seguridad, aquellos límites dentro de los cuales el niño se puede mover por su cuenta sin ningún problema. Si bien el hecho de permanecer dentro de esa zona no garantiza necesariamente la seguridad del pequeño, por lo que es preciso que comprenda y cumpla ciertas reglas básicas.

Una de las primeras cosas que suelen pedir al llegar a esta edad es acercarse solos a casa de algún compañero del colegio que viva en las inmediaciones del domicilio familiar. Si sabemos que conoce el camino, pues lo ha realizado con nosotros en otras ocasiones, una simple llamada por teléfono al llegar y otra antes de salir de vuelta a casa son precauciones que nos harán sentir a ambos, padres e hijos, más tranquilos.

Crecen y quieren salir con sus amigos

A medida que se hacen mayores, los padres podemos ir soltando las riendas poco a poco. Cuando el niño tenga diez años, por ejemplo, es muy probable que podamos dejarle acercarse en bici con los amigos al parque, si está cercano, demuestra cumplir las normas de tráfico y se compromete a volver a la hora establecida. Una vez que esto se convierta en rutina pedirá permiso para ir a la plaza con sus compañeros o al centro de entretenimiento familiar. “La posibilidad de que surjan situaciones inesperadas en estos espacios son considerables: se trata de lugares repletos de gente, joven y no tan joven, y son demasiado anónimos”, señala el psiquiatra. “Los padres deberían acompañar a sus hijos y esperarlos a una cierta distancia. Así, siempre estarán vigilados, pero se les da espacio para que se muevan con libertad”. Seguramente, ellos no aceptarán con facilidad este control. “Pues los padres de Fulanito lo dejan…”, escucha a menudo quien tiene un hijo de esta edad cada vez que cancela o modifica sus planes. “Pero aunque insista, los padres han de mantenerse firmes, explicándole que hay ciertos sitios que no son seguros y que eso no significa que no confíen en él”, sugiere el doctor Idiazábal.

Tampoco está de más recordar que cada familia tiene sus propias reglas, e incluso podemos hablar con los padres de algún amigo, comprobando hasta qué punto son tan permisivos –que no suelen serlo– como los hijos dicen. Pero lo más importante es planear con él estrategias que le permitan enfrentarse a situaciones que podrían surgir fuera del hogar. “Hay que hablarle de ellas y explicarle lo que tiene que hacer, incluso a través de juegos, sin llegar a obsesionarse o a asustarle”, apunta el experto.

Jugando, por ejemplo, los padres podemos presentar distintas situaciones y preguntarle cómo actuaría en cada una: “¿Qué harías si se te rompe la bici en el parque y un desconocido te ofreciese su ayuda?”. Si su respuesta no es la que esperábamos, es el momento para explicarle qué es lo más aconsejable.

También les gusta sentirse protegidos

Planteándolo igualmente como un pasatiempo, se le pueden preguntar cuáles cree él que son los caminos más directos y seguros para los itinerarios que va a realizar solo, lo cual permite un consenso si no estamos de acuerdo con la ruta elegida. “Cuando los padres dan a sus hijos la oportunidad de tomar ciertas decisiones acerca de las cosas que les conciernen, los niños se vuelven más independientes que en el caso de aquéllos otros cuyos padres toman todas las decisiones por ellos”, concluye Salvador Idiazábal. “Sin embargo, también necesitan saber que son controlados, y guiados en su toma de decisiones: toman confianza en sí mismos, viendo que sus padres también confían en ellos”.

 


¿Ya haz aplicado estas normas con tus hij@s?

 

Vía serpadres.es

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